Por D. Manuel Alvarez Rubio.
Lo que yo recuerdo de aquella triste noche de diciembre -diria que era el dia de Santa Barbara, pero no lo puedo apuntar con precision- sucedio hace setenta y un años, en 1936, pero no he logrado olvidarlo y, posiblemente, no podre hacerlo nunca. Antes de la guerra fraticida de 1936, organizada por parte del Ejercito, el Clero (llego a llamarse Cruzada) y la Falange, cuyo alzamiento tuvo lugar el 18 de julio y como consecuencia del triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero del mismo año, en Caboalles de Arriba habia tres excelentes personas en la Junta Vecinal.
Recuerdo con gran nitidez, a pesar de los años, que uno se llamaba Manolo Cancio, casado con una buena mujer, de nombre Hortensia, al que recuerdo con su boina, su gesto templado y su buen humor. Otro era su suegro Severino -era el mayor de los tres-, hombre muy serio y respetado en todo el valle, y cuyos hijos ya estaban, en su mayor parte, emancipados cuando tuvo lugar la terrible tragedia. Y el otro Jose, gran persona al igual que las otras dos, hijo de Zoilo, gran hombre de Peña Porrela, y creo recordar que el nombre de su mujer era Faustina. La mujer de Jose como bien me apuntan sus nietas se llamaba Artemia, que tuvo que vivir el resto de sus dias desde entonces -¿quien era capaz de no hacerlo?, me pregunto hoy- con la amargura de un marido paseado y los hijos sin criar.
En la Chaxtra, en el edificio proximo a la bocamina del transversal de aquella epoca, vivia un viejo guardia civil con su familia y, en ese periodo de cinco meses de gobierno del Frente Popular, hizo una corta ilegal de madera en la mata de roble de la ladera norte, por lo que fue denunciado o sancionado (?) por la Junta Vecinal. El tal viejo guardia civil se vengo; tenía en Ponferrada dos hijos en la Guardia Civil. El comandante del cuartel de Caboalles de Abajo, por esas fechas, era un sargento borrachin (lo conoci). Subieron a Caboalles los dos hermanos guardias civiles de Ponferrada, supongo que emborracharian al sargento, fueron a Caboalles de Arriba, apresaron en sus domicilios a los tres hombres buenos de la Junta Vecinal y los mataron.
Fatidicamente, a la mañana siguiente, yo los vi tapados con unas telas o lonas desde la carretera, en una tierra de labor situada entre los dos Caboalles, a la izquierda subiendo y a unos 50/100 metros de la carretera. No me acerque, corri hacia Caboalles de Abajo, a donde iba a visitar a mis padres y hermanos a casa, pues era el dia de Santa Barbara y era costumbre festejarlo y, por entonces, yo ya estaba luchando en el frente, dentro del que luego se llamaria Ejercito Popular Republicano.
Quiero significar que estos hechos estuvieron en todo momento al margen de los que se materializaban en aquellos terribles tiempos y que se debieron, unicamente, a una venganza personal. Lo acostumbrado, lo usual, era que los fusilamientos de los dos Caboalles tuvieran lugar en la “Txanada” del Puerto de Leitariegos. Todas las desgracias de entonces, o la mayor parte, fueron obra del cabo Muñoz, de nefasto recuerdo, dueño de vidas y haciendas en los dos pueblos, que, acompañado por guardias civiles y los autodenominados “caballeros de la muerte”, con camisa azul y correaje, no eran otra cosa que presos comunes de las carceles de Galicia que los falangistas utilizaron para estos fines a cambio, supuestamente, de la libertad.
El medio de transporte habitual era la camionera de Marcos, conducida por su hijo Marquitos. Marquitos se caso con una bonita chica de Caboalles que, en los primeros tiempos terribles, cuando era un teniente del Ejercito, Villena, el dueño de vidas y haciendas, le cortaron el pelo al cero como a otras varias muchachas del pueblo (incluida mi entonces novia, Maria). Yo no puedo referirme mas que a lo que vieron mis propios ojos, pero hubo mas cosas. En una ocasión yo vi la camioneta de Marcos en la llamaza Plaza de Nemesio (donde la fonda) salir en hora de crepusculo de la tarde, con la correspondiente mercancia.